2017/01/10

Zygmunt Bauman - El Terror de la Muerte


Zygmunt Bauman - El Terror de la Muerte.

Zygmunt Bauman en Gramscimanía

Lasciate ogni speranza, voi ch'entrate


Irreparable... Irremediable... Irreversible... Irrevocable... Sin reversión o remedio posible... El punto sin retorno... El final... Lo definitivo... El fin de todo. Hay un suceso (y sólo uno) al que se pueden atribuir todos esos calificativos sin excepción, un suceso que torna en puramente metafóricas todas las demás aplicaciones de esos mismos conceptos, un suceso que da a éstos su significado primario, prístino, sin adulterar ni diluir. Ese suceso es la muerte,

        La muerte es temible por una cualidad distinta a todas las demás: la cualidad de hacer que todas las demás cualidades ya no sean negociables. Todos los acontecimientos que conocemos o de los que tenemos noticia tienen —salvo la muerte— un pasado y un futuro. Cada suceso —excepto la muerte— tiene escrita con tinta indeleble (y aunque sea con la más pequeña de las letras) la promesa de que la trama de la obra «continuará». La muerte, sin embargo, sólo lleva una inscripción: lasciate ogni speranza (si bien la idea de Dante Alighieri de grabar esa frase final sin apelativos sobre la puerta del Infierno no era realmente legítima, ya que, tras cruzar esa entrada, no dejaron de sucederse nuevas anécdotas... ¡incluso después de haber pasado bajo aquel letrero que ordenaba «abandonar toda esperanza»!). Sólo la muerte significa que nada ocurrirá a partir de entonces, que nada le ocurrirá a usted' es decir, que nada sucederá que usted pueda ver, oír, tocar, oler, disfrutar o lamentar. Por eso la muerte seguirá siempre siendo incomprensible para los vivos. De hecho, cuando se trata de trazar un límite verdaderamente intraspasable para la imaginación humana, la muerte no tiene rival. Lo único que no podemos (ni podremos jamás) visualizar es un mundo que no nos contenga a nosotros mismos visualizándolo.

        Ninguna experiencia humana, por rica que sea, proporciona la más mínima pista de lo que se siente cuando nada más va a suceder y ya no queda nada que hacer. Lo que aprendemos de la vida, día tras día, es exactamente lo contrario; pero la muerte invalida todo lo que hemos aprendido. La muerte es la encarnación de «lo desconocido», y entre todos los demás «desconocidos» es el único que es plena y realmente incognoscible. Sea lo que sea que hayamos hecho para prepararnos para la muerte, ésta siempre nos sorprende desprevenidos. Para empeorar aún más las cosas, convierte la idea misma de «preparación» (la acumulación de conocimientos y habilidades que define la sabiduría de la vida) en algo totalmente inválido y nulo. Todos los demás casos de desesperanza y desventura o de ignorancia e impotencia podrían curarse con el esfuerzo adecuado. Pero no éste.

        El «miedo original», el miedo a la muerte, es un temor innato y endémico que todos los seres humanos compartimos, por lo que parece, con el resto de animales, debido al instinto de supervivencia programado en el transcurso de la evolución en todas las especies animales (o, al menos, en aquellas que sobrevivieron lo suficiente como para dejar rastros registrables de su existencia). Pero sólo nosotros, los seres humanos, conocemos la inexorabilidad de la muerte y nos enfrentamos, por tanto, a la imponente tarea de sobrevivir a la adquisición de tal conciencia, es decir, a la tarea de vivir con (y pese a) la constancia que tenemos del carácter ineludible de la muerte.

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